Cronopaisaje de Gregory Benford

La reedición de un clásico es siempre satisfactoria, y Cronopaisaje es ya un clásico del género; a pesar de su relativa juventud (menos de quince años) es hoy una pieza indiscutible de la historia de la ciencia ficción.

Estamos en 1998. El mundo está sumido en un gran desastre ecológico. Los gobiernos imponen restricciones y burocráticamente intentan paliar el desastre. En esta situación, el físico John Renfrew propone una solución: enviar un mensaje por medio de taquiones -hipotéticas partículas que de existir viajarían a velocidades superiores a la de la luz- al pasado para advertirles de la catástrofe por venir.

De esta forma entra en el argumento otro mundo más: la California de 1962 donde Gordon Bernstein detecta accidentalmente esas emisiones. El problema está en mantener por un lado los mensaje en medio de un mundo que se desmorona y por otro en convencer al mundo de que se están recibiendo mensajes del futuro.

Según el autor, el tiempo es el tema rara vez comentado pero siempre presente de esta novela. Enviar un mensaje al pasado significa asumir que existe una continuidad en el tiempo, que el tiempo es de alguna forma un ente sólido. El tiempo como objeto es ese cronopaisaje al que hace referencia el título de la novela. Y sobre ese fondo se desarrolla el drama humano. Cronopaisaje es un intento de mostrar que el tiempo es uno de los problemas fundamentales de la física moderna. Cronopaisaje intenta hacernos ver que ese problema nos afecta a todos.

La imagen omnipresente en la novela es la de las ondas. El autor juega continuamente con imágenes oceánicas (juego que por supuesto se pierde en la traducción, ya que en español las palabras ‘ola’ y ‘onda’ no evocan el mismo fenómeno) mezclando las ondas de probabilidad de la mecánica cuántica con las olas del mar. Los personajes se dan cuenta de que viven en el espacio tiempo que es «Un gran animal en el oscuro mar» y en ese mar de probabilidad dónde somos como olas «rompiéndose en una blanca espuma».

Pero también se trata de una novela sobre la comunicación, o sobre la imposibilidad de la misma. No sólo el futuro intenta hablar con el pasado, sino que los personajes intentan hablar entre sí, sin alcanzarse o sin entenderse. Renfrew no consigue conectar con el burócrata Peterson del que depende para conseguir el dinero que mantenga el experimento en marcha. Gregory Markham (el alter ego de Gregory Benford en la novela, y el lector deberá recordar durante la lectura que Gregory Benford tiene un hermano gemelo) vive sólo para sus ecuaciones. Gordon intenta comunicarse con su madre, que vive en el universo de Nueva York, muy lejos del nuevo mundo de su hijo. Gordon Berstein debe además enfrentarse al mundo académico de la universidad para la que trabaja y a la difícil y compleja (aunque quizá sea complicada) relación que mantiene con su novia Pam.

Esta novela, en suma, puede disfrutarse de varias formas. El análisis de la vida académica muestra la ciencia tal y como es: un producto creado por seres humanos, con todas sus grandezas y miserias. Los personajes son todos grandiosos. Cada uno intenta su manera de adaptarse a los cambios por venir. Algunos intentan mantener la apariencia de orden, mientras que otros luchan hasta el final por lo que creen.

El lector puede apreciar además otro curioso juego. Al final, en el último capítulo, Gordon Bernstein está a punto de recibir un premios por su labor científica. En un momento comienza a hablarnos de su mujer y a recordar lo que sucedió después de la recepción del mensaje del futuro. Si el lector está atento, descubrirá que esos recuerdos aparentemente sin importancia recapitulan todo lo que ha sucedido en la novela.

Quizá la imagen más poderosa de esta novela sea la de unos estantes de cocina. Marjorie, la mujer de John Renfrew, le pide a su esposo que los coloque. John utiliza sus herramientas para asegurarse de que los estantes están perfectamente horizontales con respecto al suelo. Pero la casa está inclinada y da la impresión de que los estantes también lo están. De nada sirve que John Renfrew discuta los métodos empleados para montar los estantes, finalmente comenta: «la estantería está a plomo. Son las paredes las que están inclinadas» (p. 129). Más tarde, cuando el desastre se acrecienta, comprende que a veces son los estantes los que están inclinados y las paredes rectas.

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